En realidad algunos de sus autorretratos representan sus heridas físicas
prácticamente como si fuesen psicológicas. De ahí que su obra navegue
por corrientes oníricas, aunque ella inicialmente no fuese del todo
consciente de ello, al menos así lo expresó muchas veces, puesto que es
sólo en 1938, cuando conozca a André Breton, que oirá hablar del
surrealismo y que le escuchará decir que su obra también lo es. También
es cierto que esta posición de negar todo conocimiento del surrealismo
no era del todo cierta, tal y como lo analizaré posteriormente.
Por otra parte, Frida supo ser feminista cuando aún no se hablaba de
ello. En su cuadro “Unos cuantos piquetitos” (1935), representa el
asesinato de una mujer que recibió 20 puñaladas y luego fue tirada por
la ventana por su amante; y al ser condenado respondió indignado: “Pero
solo le di unos cuantos piquetitos”. Al referirse a la pintura en
cuestión, Frida dijo: “En México el asesinato es bastante satisfactorio y
natural” y agregó que ella misma “había sido asesinada por la vida”.
Lo que en realidad quería expresar era que se sentía muy cerca de la
víctima y que entendía perfectamente el horror del que había sido
objeto. Pero también es cierto que para la concepción de este cuadro fue
fundamental la obra de José Guadalupe Posada (1851-1913), artista que
Frida admiraba profundamente.
Uno de los aspectos fundamentales que hay que tener en cuenta, cuando se
observa la obra de Frida, es que su aparente primitivismo no obedecía a
un desconocimiento de la pintura o a la imposibilidad técnica de hacer
un cuadro considerado clásico. Frida conocía muy bien la historia del
arte. Admiraba a Rembrandt, a los artistas del Renacimiento italiano,
como Piero della Francesca; pero también conocía y admiraba a Gauguin y a
Rousseau. Prueba de ello es su primer autorretrato (1926) -un regalo
para Alejandro Gómez Arias-en él se representa con el cuello alargado,
como las figuras de Botticelli; de hecho es el nombre que le daba al
cuadro. Este cuadro, de una extraña belleza -pintado cuando sólo contaba
19 años- da fe de su pericia pictórica.
Lo que me dio el agua” (1938, 96.5 x 76.2), fue posiblemente el
cuadro preferido de Frida Kahlo y el que más alusiones surrealistas
tiene. Es una obra de gran valor y madurez artísticos. Es un cuadro
atravesado por la muerte y la desolación. Es una especie de espejo donde
Frida mira su propio reflejo, donde yace al lado de su otro yo. La
Pelona, apelativo bastante utilizado en México para denominar a la
muerte, y utilizado siempre por Frida, está sentada cómodamente al lado
de un volcán en erupción, y observa, en realidad vigila, una parte de la
escena. También están sus padres, Guillermo Kahlo, nacido en Alemania
-sus progenitores eran húngaros de origen judío- fotógrafo de profesión,
y la mexicana, de origen más que humilde, Matilde Calderón, poseedora
de una gran belleza y analfabeta, como la mayoría de las mujeres de la
América Latina de finales del siglo XIX; situación muy similar a la que
vivían las europeas de escasos recursos, sobre todo las españolas,
italianas y portuguesas, pero también las francesas; por no seguir
enumerando los países que ignoraban por completo el derecho de la mujer a
una educación sólida y profunda.
Con respecto al cuadro “Lo que me dio el agua” Frida le dijo a Julien
Levy que “Es una imagen del tiempo que va pasando…sobre tiempo y juegos
de la niñez en la bañera y (también sobre) la tristeza de lo que le
había pasado a ella en el transcurso de su vida.”




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